Que el clima del planeta está cambiando, no lo vé sólo el que quiere ser ciego.
Desgraciadamente hay varios ciegos de esos por ahí, inclusive, lo que es mucho más peligroso, algunos aspirantes a ser candidatos a la presidencia de Estados Unidos.
Es que a las corporaciones, que con sus millones de dólares sustentan las campañas electorales, no les conviene --porque tiene su costo-- cuidar el medio ambiente, reducir tajantemente las emisiones de efecto invernadero, etc.
Y el político, que por esencia busca el poder no importa el costo, accede a ser el fiel sirviente de los intereses mezquinos y antihumanos.
Así se escribe la historia de estos tiempos que nos tocan vivir.
Desde el reciente terremoto de 5,9 grados en la escala de Richter, con epicentro en Virginia –no sucedía algo así desde el Siglo 19—hasta el más grande huracán en la historia, el Irene, cuyos desastres, inundaciones, 43 muertos, cortes de energía eléctrica, evacuados, y daños materiales cuantiosos, son las más recientes expresiones de esta bravura de la naturaleza.
Agreguemos los imponentes incendios forestales que hubo en California, y los que junto a una pertinaz sequía afectan en estos mismos momentos a varias partes de Texas, más las inundaciones provocadas en Luisiana, y otros estados por la tormenta tropical Lee, y es curioso que ante esta verdadera secuela de acontecimientos nefastos, nadie se pregunte si acaso Dios, --el Ser en Si—como a mi me gusta llamarle, no tiene algo que ver en todo esto.
En otras palabras, si estos acontecimientos de la naturaleza, no son manifestaciones de lo que tradicionalmente se ha llamado “la ira divina”, ante el pertinaz pecado humano.
Ante un planteo semejante, en Estados Unidos, ocurren dos cosas: los ignorantes de la Biblia, desconocen por completo esta perspectiva, y –en un país fundado por hombres de fe— la mundanalidad rampante en que ha caído, hace que se haya perdido la sensibilidad para captar esta dimensión.
Luego están los intelectuales, los opinadores en la televisión, esos que se prestan para pontificar sobre cosas políticas especialmente, que saldrán con el tonto argumento de la separación de iglesia y estado (dos instituciones humanas) que nada tienen que ver con separar la fe del ser humano.
Y por la vía de esa separación institucional, se pretende que una visión teológica de lo que está aconteciendo no es aceptable, y aún más, hay que rechazarla y criticarla.
Pero los hombres y mujeres de fe, quienes tienen por costumbre leer las Sagradas Escrituras, saben muy bien, al pasar revista a los libros de los Reyes en el Antiguo Testamento, que hubo quienes hicieron la voluntad de Dios y fueron bendecidos, pero otros se desviaron, contradijeron la voluntad divina, y Dios levantó contra ellos adversarios que les plantearon guerras, y hubo sequias, y así como el mismísimo Salomón fue castigado, tal cual lo fue Jeroboam, y Acab. Así también hubo reyes que hicieron lo recto delante de Dios, como Joás, Amasías, o Ezequías, y por tanto Dios les bendijo.
Desde esta perspectiva teológica, cabría preguntarse cuánto de los terribles efectos de las fuerzas de la naturaleza, no son producto del pecado humano, de la corrupción de los gobiernos locales, estatales o nacionales.
Acaso cuando el terremoto y el tsunami de marzo, en Japón, que lanzó radiactividad a todo el mundo --de lo cual cómplicemente los medios se han llamado a silencio-- no hubo responsabilidad del gobierno de ese país, que no construyó centrales nucleares con estructuras que pudieran soportar terremotos?
Y no hubo negligencia en actuar con demora por parte de la compañía privada responsable de las plantas nucleares y del gobierno que no la presionó?
¿Cómo se pueden lamentar, llorar y cuantificar las víctimas de uno de los desastres ecológicos más terribles que ha sufrido la humanidad, si esas cosas se dejan de lado, se cubren y se tapan con el manto del silencio cómplice y el olvido?
Cuándo por virtud de huracanes o tormentas tropicales ocurren deslaves, y se derrumban viviendas y otras se inundan y hay que evacuar personas, pero hay también muertos, ¿acaso no hay responsabilidad de instituciones de gobierno, al nivel que sea, que autorizaron la construcción de viviendas –muchas veces precarias—en las laderas de montañas, o en zonas muy cercanas al mar o a otros cursos de agua?
Y quienes sufren son los más pobres del pueblo. Aquellos que no tienen dinero para adquirir casas en zonas seguras donde no se inunden ni se caigan o queden sepultadas por avalanchas de tierra y lodo.
Pero además, cuando los valores con que la civilización ha vivido hasta hace unas décadas atrás han sido violentados y sistemáticamente destruidos, y el libertinaje se confunde con la libertad. Y las aberraciones, con derechos humanos, entonces, aún se pretende que haya bendiciones?
Cuando se prohija y promueve la sodomía, cuando se pretende inculcar esa aberración so pretexto de que discriminar está mal, cuando se promueve indiscriminadamente el aborto, todo ello contrario a la voluntad divina, por parte de gobernantes que se declaran cristianos, ¿acasoDios no va a hacer sentir su desaprobación y no va a enviar señales claras de la misma?
Aquí entramos por supuesto en el terreno muy poco conocido por la vasta mayoría de la población occidental, de lo espiritual. De las reglas, valores, prácticas, y entendimiento del funcionamiento de las fuerzas espirituales en el planeta.
Cuando se hace un análisis desde esta perspectiva, que bien puede llamarse la perspetiva teológica, entonces recién empieza a entenderse aquello que también afirma categóricamente la Biblia: “la paga del pecado es la muerte”.
Cuando en cambio se vela por la salud moral del pueblo, por la vida de las personas, por su educación, su salud,y su seguridad, entonces no se edifican centrales nucleares no resistentes a terremotos en zonas geológicamente inestables, ni se permite la edificación de viviendas en lugares que deberían estar prohibidos, ni se expone a la gente a agentes tóxicos a pretexto de experimentos científicos, ni se juega inconscientemente con valores éticos fundamentales que deben constituir la fibra de la salud espiritual de los pueblos.
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