Hubo un tiempo en que por integrar una organización internacional, debía viajar dos veces al año a Europa. Cuando dejé de pertenecer a la organización, sentía la necesidad de viajar, y me parecía más que extraño no encontrarme dentro de un avión.
Nunca viajé tanto como entonces.
Con todo, he estado en Europa varias otras veces, así como en algunos Estados norteamericanos, fuera de Virginia. Y he ido a México, cuya geografía, historia, etnia, y gente, me siguen atrapando. La última vez que estuve allí fue en Mayo de 2013, que recuerdo cual si hubiese sido ayer...
En pocas horas, partiré para Uruguay. Alli veré a mi madre, con sus 101 años a cuestas. Y me encontraré con un montón de amistades, de seguro habrá cantidad de charlas, almuerzos o cenas, rondas de mate y bizcochos, respirar el olor a mar, a eucaliptus, y a la madera quemada mientras la parrilla apronta un buen asado.
Es bueno para unas vacaciones, para sacudirme el invierno nevado de Virgina, para disfrutar el calor, la poca ropa encima, y tirar a la basura una serie de preocupaciones, nostalgias, tristezas, en fin, para limpiarse la cabeza.
Ahora me pasa que cada vez que emprendo un viaje aéreo, --no por tener un sentido trágico de la vida, sino uno muy realista-- ruego al Ser en Sí, llegar sano y salvo. Pero sé que corro un riesgo.
Por eso, aquí mismo quiero dejar constancia de mi agradecimiento a todos mis lectores, por su paciencia de seguir cada artículo de este mi blog. Me honran al hacerlo.
Y a todas y todos quienes están en mi corazón, sin perderse nadie, les llevo conmigo ahora, y siempre.
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