Amigas y amigos: sé que puede parecer una cuestión de
fe, y en mi caso lo es. Porque al referirme a lo providencial, me refiero a la
llamada “divina providencia”, a aquellas cosas que “nos caen del cielo” por así
decir, esto es, las cosas que jamás imaginamos nos iban a acontecer, las cosas
que no planificamos, las cosas totalmente imprevistas, pero que se integran de
golpe a nuestra existencia, y son una bendición.
Así me ocurrió cuando estando trabajando en una
emisora radial en mi país natal, me entero por una grabación dejada por una
colega, que la Voz de América hacía un llamado para cubrir cuatro vacantes de
IRBs, o sea de Locutores Internacionales de Radio.
Si la colega o hubiese dejado esa grabación, y yo no
la hubiera escuchado, no me habría presentado a dar el examen que gané y
gracias a lo cual terminé trabajando en Estados Unidos.
Ya en este país, tenía que instalarme en mi primer
apartamento. Mi familia llegaría meses después. Alquilé lo que pude apenas llegado, un “efficiency”
como se les llama aquí, o sea una unidad habitación compuesta de una gran sala,
un vestidor, un baño y una cocina. No hay dormitorio.
Entonces quien era sub-jefe de la sección donde me
tocó trabajar, la misma persona que había ido a Montevideo a verificar parte de
nuestro examen y a tener una conversación personal con cada candidato, me
prestó primero un camastro tipo campamento, y una lámpara para tener donde
dormir. Me acomodé en el vestidor del apartamento, esperando pusieran unas
cortinas en un gran ventanal, para tener discreción.
Finalmente instalaron las cortinas, y entonces pensé
en comprar un sofá para tres personas que a su vez se convertía en cama. Algo
evidentemente hice mal, porque si bien ordené que me lo trajeran, quienes lo
hicieron deberían haberlo llevado a mi apartamento y dejado donde yo les
indicara. Pero ocurrió que me lo dejaron en el foyer de entrada del edificio
pues llegaron a una hora en que yo estaba trabajando.
Ese sofá cama –que tenía toda una armazón de
hierro—era tan pesado, que solo yo no hubiese podido moverlo a un ascensor y
luego sacarlo del mismo.
Lo comenté con este sub-jefe, y –siendo que su esposa
embarazada estaba por dar a luz en cualquier momento—se vino conmigo hasta el
edificio, y hasta el día de hoy le envidio la fuerza que tuvo (un hombre de
mayor estatura que la mía) y entre ambos pudimos mover ese mastodonte de mueble
y entrarlo a mi apartamento. Un acto como ese, es absolutamente inolvidable,
permanece imperecederamente.
Este hombre con el tiempo fue mi jefe, y devenimos en
grandes amigos. Él es de origen argentino aunque descendiente de galeses que en
su tiempo poblaron la Patagonia. Y él y yo éramos los únicos que tomábamos mate
en la VOA. Así que cuando a él le hacía falta yerba me venía a pedir y
cuando a mi me hacía falta, le pedía a él.
Esta hermosa amistad se ha continuado al día de hoy. Y
aunque nos separan kilómetros del distancia del Estado que él habita, y del
mío, la internet, facebook, y el teléfono, nos mantienen conectados. Y
realmente tenerle de amigo, es un privilegio.
Una vez en Miami, dejé extraviada mi billetera con
dinero y documentos en un taxi. Del
hotel llamaron a una central, y al rato el taximetrista volvió al hotel y me
hizo entrega de mi extravío. Al parecer nadie había subido hasta ese momento a
su vehículo y cuando tuvo el llamado general advirtiendo de lo que yo había
extraviado, él si fijó en su coche, lo vio y lo vino a devolver.
Doy un poco marcha atrás en la historia. Viviendo aún
en Montevideo, Uruguay, durante 1979, el trabajo que tenía no me pagaba un
sueldo adecuado ya que hacían formar como parte del mismo la vivienda que me
daban. Mi esposa, siendo directora de escuela primaria de mañana, de tarde iba
a trabajar como maestra en un colegio privado para tener un ingreso extra en el
hogar. Aún así, el dinero apenas si nos daba justo, y comprar un CD, un libro o
ir a un cine, era un “lujo” que no nos podíamos dar. Yo rogaba porque eso de
alguna manera cambiara. Y en la Semana Santa de 1980, me llama un gran amigo,
que de Jefe de Prensa de una muy buena emisora radial montevideana, pasó a ser
director de otra radio.
Me llamó y me hizo la propuesta de un programa que
hasta el día de hoy me enorgullezco en haberlo hecho realidad cada noche de
lunes a viernes durante dos horas. Fue una experiencia extraordinaria en
comunicación humana. Y fue una bendición, porque el sueldo que la radio me
pagaba realmente cubría nuestras necesidades, podíamos darnos los gustos que
nos merecíamos, y mi esposa pudo volver a su actividad principal sin tener que
sacrificar más horas de trabajo.
Sería tedioso de mi parte relatar a ustedes muchas
otras situaciones y referencias a personas que en su momento –muchas de ellas
desconocidas—de golpe pasaron a formar parte de mi existencia, pero cuya
presencia, comunicación y acción, han sido verdaderamente providenciales.
Algo
no buscado, no planificado, no imaginado siquiera, y que de golpe se hace
realidad.
Para todas esas personas que de una manera u otra han
intervenido benéficamente en mi vida, guardo no sólo un hermoso recuerdo, sino
una gratitud que es eterna. Verdaderamente les agradezco efusivamente con todo
mi corazón, lo que fueron capaces de hacer por mí, y conmigo.
Estas personas, que han llegado a ser amigos y amigas
de esos que se quieren bien y que se extrañan, las considero un verdadero lujo
en mi vida. Y doy inmensas gracias por ellas, y pido al Ser en Sí que les
bendiga ricamente, pues se lo merecen.
¿Les han ocurrido a ustedes acontecimientos así?
¡Lo providencial es también parte de nuestra
existencia!.
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