La semana pasada
estuve con una madre que no podía contener sus lágrimas y se preguntaba por qué….por
qué siendo buena, le tocaba sufrir la pérdida de un hijo muy querido.
Y esto me planteó un
tema que no por no haberlo tratado antes específicamente, significa que no he
reparado en él en innúmeras ocasiones.
¿Por qué el bueno tiene que sufrir?
Para contestar a esta
pregunta, no voy a acudir a las clásicas respuestas que vienen de la religión,
y que nos dicen por un lado, que no hay ninguno que sea bueno, que todos somos
pecadores y por tanto, el sufrimiento nos vendría adjunto por nuestra fallida
condición.
La otra respuesta
también fácil y procedente de la religión, es: miren a Jesús, el Cristo. Él era
sin pecado, y observen cuánto y cómo le tocó sufrir la tortura del castigo a
latigazos y la muerte agonizante en la cruz. Eso como para que nadie sienta que
su sufrimiento es siquiera comparable al de Jesús. Pero…hay una diferencia que
suele callarse y que hay que inmediatamente señalar: Jesús provocó su sufrimiento, lo buscó
deliberadamente, él sabía que iba a sufrir todo lo que pasó y se lo anticipó
más de una vez a sus discípulos. Así consta en la Biblia.
De modo que es muy
diferente que nosotros nos juguemos por una causa, arriesguemos todo por ella,
y nos toque morir de pronto infamantemente, que el hecho de que nos sobrevenga
una desgracia y un sufrimiento para el cual no estamos preparados, no buscamos
ni imaginamos, y que nos toma de golpe y nos abate terriblemente.
La existencia es
compleja. Vivimos en medio de una atmósfera cada vez más contaminada. Empeorada
a granel desde que las grandes potencias, (Estados Unidos, la ex-Unión
Soviética y Francia) realizaran explosiones atómicas en la atmósfera. Han
dejado sumido al planeta por cientos de años bajo una radioactividad que genera
cáncer y mutaciones genéticas. ¡Esto hay que decirlo fuerte y claro! Que nadie se engañe.
Es en ese ambiente en
el que se producen cuadros de enfermedad y muertes que a veces llevan largo
tiempo en su desenlace.
Es también la
contaminación tóxica de ríos y arroyos, el consumo de aguas no potables, y la
contaminación atmosférica por la quema de combustibles fósiles, principalmente
carbón y los derivados del petróleo. Algo que no les gusta que se diga a las
petroleras como Exxon-Mobil, Texaco, British Petroleum (BPS), etc. ¡Y esto
también hay que decirlo fuerte y claro!.
A ello le agregamos
en la ignorancia o en la estupidez humana, --porque otra forma de explicarlo no
existe— cuánto nos contaminamos nuestros
propios organismos, cuando caemos en el tabaquismo y las drogas. Los narcos
felices, y las tabacaleras también. Servimos a sus mejores intereses cada vez
que encendemos un cigarrillo y absorbemos en nuestros pulmones no sólo
alquitrán sino sustancias cancerígenas y otras, que determinarán que a futuro
muramos de cáncer de pulmón o un enfisema pulmonar.
Luego está la
violencia, la violencia que nos lleva a meternos en altercados, a comprar un
arma y creernos potentes en usarla, o a correr con nuestro vehículo,
atropellar a un ser humano y dejarlo tendido en el camino, o chocar con otro u
otros vehículos provocando un accidente de proporciones.
Sí, todas estas cosas
y muchas otras ocurren a diario, y de muchas de ellas podemos ser
protagonistas.
No nos sorprenda que
alguien muera cuando no se esperaba que ello ocurriera. Y no nos sorprenda que
por más buenos, y llenos de buenas intenciones que seamos, no nos demos
siquiera cuenta de la medida en que contribuimos a no mejorar, o aún a empeorar
el ámbito de vida (la biósfera) que nos sostiene.
También la desgracia
nos puede alcanzar cuando por declinación de la calidad de educación formal,
académica, de un país, salen profesionales mal preparados, que ejercen luego su
profesión con enormes déficits. Y esto es grave cuando se trata de la medicina.
No es posible que al
alguien que se queja de intenso dolor en los pulmones, le traten con una sopa
de antibióticos pensando que se trata de neumonía, y a ninguno se le ocurra
hacer una ecografía para descubrir que lo que el paciente tiene es un tumor.
Tampoco claro es
aceptable que quien empieza a tener toses frecuentes y cada vez más
persistentes, se pase dos años sin acudir a un médico para que le revisen
pensando que eso le va a pasar. Y cuando va y siente dolores, finalmente se
descubre que el paciente tiene un cáncer y que el mismo ya ha hecho metástasis.
Esto,
desgraciadamente, fue lo que le ocurrió al
hijo de la señora que lloraba su pérdida.
Es triste, muy
triste, pero las cosas no ocurren porque sí.
A veces no podemos o nos cuesta darnos cuenta del por qué. Otras veces,
francamente, no hay explicación válida a nuestro alcance.
Pero seamos
conscientes de cuantos riesgos, peligros, y fatalidades nos pueden acaecer,
simplemente por el hecho de habitar este planeta.
De cualquier manera, sepamos esto también: lo que llamamos muerte, no tiene la última palabra.
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