Thursday, January 29, 2015

YO...GARDELIANO

Uno puede cambiar de país, insertarse en una nueva cultura, funcionar dentro de ella como un engranaje más, adaptarse, asumirla como propia, pero jamás puede desprenderse de aquello que constituye la esencia de la propia personalidad, lo que se forjó desde la tierna infancia hasta --en mi caso-- los 49 años.

Nací en Montevideo, Uruguay. Me considero hombre del Río de la Plata, ese que une a mi país con la hermana Argentina. Porque así son también nuestras familias. Es en Buenos Aires donde vivían tías de mi padre y un primo hermano suyo. Es allí donde habita mi hermano y su extensa familia. Allí es donde echó raíces la familia fundada por un hermano de mi madre. Mi difunta esposa, era Argentina, y hasta mi hijo nació en Buenos Aires, mientras yo cursaba estudios de post-grado.

Y entre las cosas que uno tiene arraigadas, en mi está la magia de Carlos Gardel.

No soy amante de la música típica, aunque admiro la inspiración de Enrique Santos Discépolo, la música de Gerardo Matos Rodríguez, y los grandes intérpretes como Anibal Troilo (Pichuco), y Astor Piazzolla. Amo el candombe, expresión autóctona uruguaya, así como me gusta tomar mate a diario.

Pero si tuviera que buscar la quintaesencia del ser rioplatense, creo que nadie la representaría mejor que Carlos Gardel.

Cuando yo tenia 5 años, y suficiente memoria para recordarlo, en mi casa se escuchaba mucho por la radio a Gardel. Luego ya más crecido, iba al cine a ver sus películas, junto al inolvidable Tito Lusiardo.

Cuando iba a la peluquería, allí sólo había una música: Gardel. 

La música de Gardel tenía el sello de su personalidad. Era linda, agradable, casi adivinable, pegadiza, de hermosas tonadas. Y Alfredo Le Pera, dramaturgo, periodista, les ponía letras sentidas, letras con corazón. De ese formidable "ensemble" surgieron los mejores y eternos motivos ante los cuales a mi, personamente, me invade siempre, una inevitable inmensa emoción.

Confieso que no puedo escuchar mucho a Gardel, porque me hace llorar. 

Una vez le oí decir en Radio Carve al periodista, narrador y humorista compatriota Arthur García Núñez, más conocido por su seudónimo Wimpi, que "Gardel cantaba con una lágrima en su garganta". Nunca encontré mejor definicion. Tal vez por eso, su hermosa voz sonaba tan especial.

Recuerdo que a poco de estar en Estados Unidos, un colega peruano se puso a escuchar una cinta con grabaciones de Gardel. Y allí surgió su inconfundible voz cantando el tango "Volver". Tuve que irle a pedir que detuviera la música, porque le dije, con mis ojos enrojecidos: "¡me estás matando!".  Era demasiada la nostalgia de la patria lejana, como para quedar impasible ante aquella voz que era un eco de mi vida misma.

Tiempo después, descubrimos con asombro, que Gardel había cantado unas estrofas de un tango, ¡en inglés!. El tango se titula "Cheating Muchachita" ("Muchachita tramposa"), y lo pasamos al aire un 24 de Junio, al recordar una vez más su fallecimiento.

En Medellín, Colombia, vi la placa que recuerda el accidente en que perdiera la vida. Y desde las montañas, pude observar cómo la densa niebla invade el aeropuerto de esa ciudad, hasta que andando el día, la niebla se levanta, y la terminal aérea puede funcionar normalmente. Así también pude comprender el accidente que terminó con la vida del "zorzal criollo".

En la memoria resuena su voz y tantas interpretaciones únicas, como nadie las ha podido cantar después. Desde "Amores de Estudiantes", "La cumparsita", "Por una cabeza", "Volver", "Melodía de Arrabal" o "Cuesta Abajo". Pero hay una, que cuanto más tiempo ha transcurrido, más ha sobresalido en su repertorio. Tal vez, porque es un himno al amor. Esa que han cantado en forma tan variada Plácido Domingo, Jorge Negrete, y Luis Miguel, pero nadie, nadie, como él, Carlos Gardel: "El Día que me Quieras". 


enigma
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