Muchas veces espero al hacerlo, que la lectura le sea útil a alguna o a alguno de ustedes en su vida personal. Que extraigan una idea-motor, algo motivador que les lleve a tomar decisiones. O un principio, un postulado ético, que valga la pena tener en cuenta.
Hoy me voy a referir a algo intrascendente, (¿o no?).
Si uno va a cualquier lugar público donde se puede apreciar la conducta de los congéneres, se ve mucha gente con la cabeza agachada, y en sus manos, un adminículo electrónico, con el cual leen, escriben, o escuchan música.
Es la realidad. Habitamos un mundo cibernético. Usar estos adminículos se ha vuelto casi indispensable.
El teléfono inteligente es mucho más que simplemente un teléfono. Es una PC en minuatura, algo que nos permite también comunicarnos con el mundo.
Así, hace ya unos años, y a sugerencia de una persona, me compré un BlackBerry. Hoy se dirá que es un modelo atrasado. Pero yo para ver películas, bajar videos de YouTube, o páginas web, no uso el teléfono inteligente. Eso lo hago desde mi PC o mi laptop.
El aparatito, como me gusta llamarle, mayormente lo he usado para hacer o recibir llamadas telefónicas, sostener en su momento, lindos chats usando "messenger" (luego pasé a whatsapp), y principalmente para recibir y contestar correo electrónico.
Durante unos años, el tráfico de ese correo fue realmente denso. Pero era hermoso recibir cada mensaje, contestarlo, y luego recibir otro. Hacer realidad esa dinámica de comunicación, que rompía la barrera de la distancia geográfica, y fundamentalmente, la barrera de la incomunicación. Especialmente para mi que vivo solo desde hace casi cinco años.
Cada mensaje era como un saludo, una expresión de cariño, un decir "me importas", "sé que estás allí y me necesitas, y aquí estoy".
Yo respondía de inmediato cada mensaje.
Nunca olvidaré un sábado de tarde, en que intercambiamos en el correr de las horas, 15 mensajes. Aquello era una de mensaje va, mensaje viene. Pero eso, simple, sencillo, para mi tenia un enorme valor. ¡Me daba vida!
Un día salí con una amiga --a quien llamamos Toti-- a pasear por Old Town Alexandria (una ciudad histórico-turística a orillas del río Potomac), y ella misma no pudo evitar comentarme cuán pendiente estaba yo de recibir mensajes. Y aún más, se fijó --y me lo dijo-- cómo cambiaba la expresión de mi rostro, al recibir esos mensajes.
Pero lamentablemente, --muy lamentablemente-- ahora no es así. Desde hace casi dos años, ya no es así.
El aparatito fue sonando su timbre cada vez menos. Y ahora, permanece todo el día callado.
A veces lo miro y me pregunto ¿para qué me sirve, para qué lo tengo?
¿Que sentido tiene poseerlo, si aquellos mensajes vivificantes ya no son una realidad?
Pero, lo sigo teniendo, aunque me cuesta demasiado para el uso prácticamente nulo que le doy, porque no pierdo la esperanza de que en algún momento, alguien vuelva a hacerlo sonar, repetidamente, por lo menos un par de veces al día, o más, y yo entonces vuelva a ser feliz recibiendo mensajes.
Mientras tanto, me queda el dulce recuerdo de los cientos de mensajes recibidos e intercambiados con el "aparatito", con este BlackBerry que sigo teniendo junto a mi.
enigma
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