Sin Norte y sin rumbo, como andando a los tumbos, así es la vida de algunas personas.
El trabajo les marca su ritmo de cada día, su levantarse y su acostarse, a veces, hasta el lugar donde viven.
No trabajan para vivir, viven para trabajar.
El dinero nunca les alcanza, pues gastan como tremendos consumidores, hacen la calesita de tarjetas de crédito, pagando deudas un poco con una, un poco con otra, no verifican a menudo sus cuentas de cheques y de pronto, zás, rebotan los cheques porque hay que reponer fondos…se endeudan, piden préstamos…pero…no dejan de irse de vacaciones, de comprarse el último tipo de TV, o el modelo de automóvil en onda…
Viven (¿viven?) porque el aire es gratis, porque pueden aún respirar, y cuentan con suficiente salud como para “seguir remando”.
La existencia así no es vida, es una muerte a plazos, es un dejar de ser cada día, es no ser uno mismo, sino lo que otros demandan, imponen y quieren.
Es como ser llevado por todo lo que a uno le rodea, en lugar de frenar a ese “caballo desbocado”, y ponerle buenas riendas, y tomar finalmente con seriedad, y sobre todo con decisión, (planificando meticulosamente, elaborando hasta planes alternativos), el control de la existencia, para verdaderamente ¡empezar a vivir!
Cuanto antes se haga mejor. Y quien lo haga comenzará a tener paz interior, disfrute, menos estrés, más alegría, más satisfacción propia, menos angustia, hastío y de soledad…Su vida habrá cobrado sentido, habrá entonces un Norte hacia el cual apuntar, un rumbo claro a seguir, como un barco que sabe hacia dónde se dirige y llegará seguro a puerto.
Ya no se es como un barco a la deriva en medio del mar, y de un mar agitado y proceloso.
Se es un navío seguro, que aún soportando oleaje, está bien equipado, y habrá de llegar a destino, o habrá de seguir su ruta, imperturbable, con rumbo propio, y no “bailando al son que otros le imponen”.
Es la hora de la libertad personal, es la hora del grito de independencia individual, es la hora de SER!
Y si para eso hay que sacrificar cosas, bienvenido sea deshacerse de mucho lastre, como quien desecha ropa vieja. El lastre es un contrapeso innecesario que hace que el barco de la vida navegue escorado.
Necesitamos estabilizar el navío, para navegar bien.
Y para eso necesitamos un buen capitán al frente, una buena brújula, radar, sonar, y un barco bien calafateado, puesto en condiciones.
En mi experiencia no hay mejor capitán que el Emmanuel (Jesús). No hay mejor brújula que la fé, y no hay mejor radar que la diaria oración. Así como no hay mejor sonar que el estar atentos a la voluntad divina, y llevarla a cabo con amor.
El barco se estabilizará. Y si no queremos navegar en solitario, busquémonos la compañía adecuada, idónea, lo mejor que se haya cruzado en nuestra vida, el ser que más nos complementa, nos entiende, vela por uno, junto a uno, quien nos ama de verdad, y nos ha dado sobradas muestras de ello.
Ese ser, es la compañía que deberemos llevar con nosotros. Un interlocutor válido, alguien con quien en diálogo se toman decisiones juntos.
Y cuando emprendemos un viaje así, hasta podremos tener invitados abordo.
Pero ese es el viaje de la verdadera y auténtica vida. En el que tenemos un claro rumbo que hemos decidido tomar, y no tenemos miedo ni remilgos para emprenderlo, ni excusas, para no hacerlo nunca.
enigma
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