Oro, alhajas, diamantes, rubíes, ónix, esmeraldas….pero todo artificiosamente preparado, elaborado, no alcanza para expresar en forma simple, sencilla, pero a la vez elocuente y hermosa, cuando una gratitud enorme surge de lo más profundo del corazón.
Tal vez una flor, acaso una simple flor, hecha por la naturaleza, fruto del Creador, sea con su color, forma y perfume, la más exquisita expresión de los sentimientos que tenemos.
Una flor para agradecer dedicación personal, horas concretas de vida, de sentimientos, de lenguaje de los ojos que se encuentran, de las manos que se tocan, de la sonrisa que se intercambia, de la felicidad que mágicamente se hace presente y de pronto estalla.
Porque hay un momento en que existe un vacío de palabras, en que éstas se quedan cortas, y por más elocuencia que tengamos, son incapaces de expresar con fidelidad cuanto sentimos intensamente.
Entonces, casi como ceremonialmente, moviendo lentamente nuestro brazo, lo extendemos en tanto asimos en nuestra mano una flor, una rosa roja, roja de sangre, roja de pasión, roja de vida total, roja de lucha por un futuro mejor. Una rosa que nos deleita generosamente con su aroma, que nos seduce con la suavidad de sus pétalos.
Y allí nos encontramos, sin palabras, en un silencio que nos envuelve amorosamente como un manto. Un silencio que nos cobija y protege.
Un cruzar de miradas, y un entendimiento inteligente….¡y basta!. No es sólo la magia del momento, es la tibieza y ternura de una situación humana distinta, diferente, vivida en una dimensión inaccesible para todos los demás.
Una situación humana que supera toda barrera, que nos llega a angustiar en la distancia, y nos llena de regocijo y felicidad en cada encuentro.
Sí, ¡que sea una flor la mejor mensajera de nuestro corazón!
enigma
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